El Payaso...

domingo, 31 de agosto de 2008 0 comentarios


Año dos mil, día viernes seis de octubre, casi a las seis de la tarde.
En el comedor de la casa, nos encontrábamos mis tres hijos, mi nieta y yo, planeando una pequeña reunión para el cumpleaños de los dos más pequeños, Miguel y Adrián, que cumplirían trece y siete años respectivamente. Anticipadamente habíamos invitado a los tíos, primas y algunas amistades al festejo. Se había mandado hacer un gran plancha de pastel, teníamos preparados los refrescos, platos, vasos, cubiertos, globos, y demás adornos propios para el evento, pero faltaba decidir los bocadillos que ofreceríamos, en tan importante plática estabamos, cuando Adrián sugirió - ¿mamá, porqué no traes un payaso a mi fiesta?-
Contestándole de inmediato -¿Adriancito, un payaso, me pides a esta hora?- ¿Dónde voy a conseguir un payaso a las siete de la noche en viernes y que pueda venir mañana sábado a las seis de la tarde?, hijo, eso prácticamente es imposible.
Inmediatamente vi como su carita se puso seria, sus ojos se cristalinos se llenaron de lágrimas y muy triste ante mi respuesta, dio media vuelta y se puso a jugar con unos carritos que tenía en la mano.
Interiormente deseaba complacerlo, porque mi más grande dicha, es complacer, querer, cuidar, amar y guiar a mis hijos, por lo que muy dentro de mi formulé el siguiente deseo -Dios Mío, ayúdame a encontrar un payaso- no queriendo darle más importancia al asunto, proseguimos con lo planeado.
Después de terminar de planear las compras faltantes, me salí de la casa, dirigiéndome al centro comercial en compañía de mi hija mayor y de mi nieta, que se dirigían a su domicilio, para abastecerme de los productos que necesitaba para los bocadillos y al mismo tiempo pensando dónde podría contratar un payaso, por más que le daba vueltas al asunto no sabía donde podría encontrar uno.
Antes de llegar a la esquina de la casa, me di cuenta de que el monedero raramente pesaba más de lo normal, al sacarlo de la bolsa estaba exageradamente lleno de monedas, lo abrí y extraje la morralla con la intención de deshacerme del efectivo de baja denominación y no cambiar los billetes al pagar el transporte; caminábamos despacio, contando las monedas una a una, atravesamos la calle, y yo seguía contando las monedas, cuando escuche a mi lado “cinco, seis, siete, nueve”, esa interrupción me distrajo y perdí la cuenta, por lo que empecé de nueva a contar, y volví a escuchar “cinco, seis, siete, nueve”, volviendo a perder la cuenta, pero no se porqué me hizo gracia esta situación, que se repitió no una ni dos sino varias veces, por lo que con unas sonoras carcajadas volteamos para ver quien me interrumpía, lo primero que descubrí fueron unos enormes zapatos, tan enormes que no entendía de quién podrían ser, seguí con la vista hacia arriba, mostrándose entonces unos pantalones amarillos de un color chillante con unas motas rojas, recorriendo más me encontré un gigantesco chaleco rojo con rayas azules y rematando esta figura una gigantesca peluca amarilla, una gran pelota roja en la nariz y detrás de todo esto una grande y maravillosa sonrisa.¡Efectivamente, se trataba de un payaso!, me impresionó, nunca hubiera imaginado encontrarme un payaso en la esquina de mi casa.
Después de unas cuantas bromas más, porque no podía terminar de contar el dinero que llevaba en las manos, le pregunte rápidamente -¿Podría asistir, el día de mañana a dar una función en mi casa?-
Y seguidamente -¿cuánto cobra por función?-, -¿tiene teléfono-?, a lo que el payaso entre broma y broma, contestó, -momento, señora, son muchas preguntas al mismo tiempo-, -si, creo que si puedo asistir mañana a dar una función pero necesitaría ver la agenda que tengo en casa, también le puedo decir que cobro pocos pesos por evento y por último le puedo dar mi número celular para que confirmemos, ¿le parece bien?-
Asentí inmediatamente, intercambiamos los números de teléfono y no pudiendo platicar más en ese momento pasó el autobús, mi hija le hizo la parada rápidamente, nos subimos y empezamos a comentar este suceso, hice las compras previamente anotadas y regresé a casa.
Al día siguiente, no le comenté a mi hijo la maravillosa aventura que había corrido un día antes, por lo que proseguí con los preparativos y a la hora acordada llegó puntualmente el payaso, podrán imaginarse la sorpresa de Adrián que no ocultaba su alegría.
Finalmente mi satisfacción fue inmensa por haberle concedido a mi hijo la ilusión de tener a su alcance una fiesta de cumpleaños, coronada con un payaso contratado casualmente un día antes a las seis de la tarde en la esquina de mi casa.

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