05 de enero de 2013 - 63 años

sábado, 5 de enero de 2013 0 comentarios

Cinco de enero, para mí no sólo representa la llegada de los Reyes Magos, sino que vagando entre mis recuerdos de infancia mi madre hacía referencia especial a esa fecha por demás importante, ya que marcó el inicio de su matrimonio, sí, ella se casó por la iglesia un cinco de enero de mil novecientos cincuenta, y sólo bastaron diez años para que guardara luto eterno y sobreviviera veintiocho años a la muerte de mi padre.

Y olvidando ese duplicidad de dicha y tristeza, el cinco de enero de cada año, ya siendo viuda, salía en esa noche especial para hacer realidad los sueños de nosotros sus pequeños hijos, cada año sin faltar uno, hasta que fuimos jóvenes, dejando atrás las ilusiones infantiles para dar paso a las ilusiones juveniles. 

No obstante guardo en forma especial los recuerdos del primer regalo de Reyes que recibí recién enviudó, así como el último que me otorgó.

El primero de ellos fue mi Pepe, un bebé de los primeros que hubo de grueso plástico y muy parecidos a los bebés reales, así como un juego de Té, que tenía sus platos extendidos, platos hondos, tazas para café, cubiertos de plástico y unas enormes y hermosas copas rojas que parecían de  cristal cortado, las cuales llené una y otra vez de agua de la llave para festejar el bautizo de mi muñeco; y, el último de mis regalos aquellos mis anhelados patines de cuatro ruedas, no miento al decir que aun los conservo.

Así como el grato recuerdo de las levantadas por la madrugada, descalza y deslumbrada al prender la luz de la habitación donde muy acomodados los juguetes nos dejaba a un lado de los zapatos que cada año eran de un número mayor, el frío que sentía, los gritos de júbilo, el olor de un juguete nuevo y, ese palpitar intenso en el corazón por la emoción de ver los obsequios que esos maravillosos Reyes Magos, hicieron de mi infancia una niña feliz.

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